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UMBRAL

LAS CIEN OVEJAS

 

LAS CIEN OVEJAS

 

 

     Vamos a continuar con la serie de los misterios del reino de los cielos como son vistos en las parábolas del Señor Jesús. Vamos a abrir en dos lugares, hermanos, en Mateo 18 y en Lucas capítulo 15. Vamos a considerar hoy la parábola tan cercana, creo yo, a nuestros corazones, de las cien ovejas; es una parábola que aparece en Mateo 18 desde el versículo 10 hasta el versículo 14; sin embargo, aparece incrustada en un contexto especial. Ustedes se dan cuenta de que desde el versículo 1 aquí empiezan los apóstoles a pensar antes de ser, digamos, ungidos por el Espíritu Santo, cuando apenas estaban empezando a caminar con el Señor; empiezan a decir que ¿quién de ellos sería el mayor? Ellos estaban pensando en su propia grandeza, pensaban en función de su propia grandeza mundana en el reino; porque los reinos mundanos son para la grandeza de los hombres. Como dice el Señor Jesús, los que en ellos gobiernan se enseñorean sobre los demás; y los mismos apóstoles, cuando todavía no tenían el Espíritu Santo, tenían esas preocupaciones de querer mirar a los demás desde arriba, y querer ser superiores unos a los otros; y entonces, en ese contexto, el Señor les habla de ese niño pequeño, que en la tradición se dice que era Ignacio de Antioquía ese niñito; Jesús dice que si no os hacéis como uno de esos pequeñitos, no entraréis en el reino; y habla de no causar tropiezo a ninguno de esos pequeñitos; y entonces, en ese contexto del Señor presentando el contraste de ser como niños y de no causar tropiezo a los pequeños, es que el presenta, en ese contexto, según Mateo, la parábola de las cien ovejas. Y luego, si ustedes se fijan, después del verso 14, en el verso 15, dice: “Por tanto”; quiere decir que el Señor viene respondiendo a ese interés de nuestra propia grandeza, respondiendo con una invitación a ser como niños, y no causar tropiezo ni siquiera a los más pequeños; y habla de lo seriamente grave que es causar tropiezo a los pequeños. Entonces Él habla de cómo el pastor fue en busca de su oveja perdida, y como consecuencia Él habla de cómo perdonar a los hermanos, y buscar a los hermanos que han pecado, especialmente contra nosotros, aunque esa frase “contra nosotros” no figura en todos los manuscritos. De todas maneras, si pecan contra nosotros, debemos buscar al hermano, pero no para saciar nuestra venganza, ni para desahogarnos nosotros, sino para ganar al hermano; porque un pequeñito que peca, nuestro hermano que peca contra nosotros, es importante; y hay que ganar al hermano, al hermano importante que peca, y no yo, que soy el ofendido.

 

Y luego, Lucas capítulo 15 presenta esa parábola también en un contexto interesante. En el capítulo 15 aparecen tres parábolas que tratan también con el mismo principio de la oveja perdida de entre las cien, o del dracma perdido entre diez, o del hijo prodigo perdido entre dos; de cien, de diez y dos. Eran cien ovejas perdidas, eran diez dracmas perdidos, eran de dos hermanos, uno, el pródigo, que se fue a malgastar los bienes; y en ese contexto, esas tres parábolas tienen una lección semejante; pero, como es una parábola que aparece en Mateo y también en Lucas, ellas tienen unas pequeñas variantes, cositas que se acordó Mateo que no se acordó Lucas, cositas que se acordó Lucas y que no se acordó Mateo; entonces hay que unificar esas dos parábolas para tenerlas de una manera más rica.

 

     Quise antes de leerla, que pudiéramos ver el contexto en que aparece, dónde es colocada esa parábola en el contexto en que la pone Mateo, en el contexto circunstancial, y también las otras parábolas que dijo Jesús en aquella ocasión, que no mencionó Mateo, pero que registró Lucas; porque Lucas es el único que registra la parábola de los diez dracmas, y es el único que registra la famosa parábola del hijo pródigo; sólo Lucas; Mateo sólo recordó esta parábola de las cien ovejas, y no recordó el contexto en que fue dicha; pero Lucas nos recordó las otras. Hoy no vamos a detenernos en las otras, ni vamos a detenernos demasiado en el contexto, aunque lo vamos a tener en cuenta, pero principalmente vamos a detenernos en la parábola de las cien ovejas.

 

     Entonces vamos a leer integrando Mateo 18:10-14 con Lucas 15:1-7, integrando los dos testimonios, el de Mateo y el de Lucas, acerca de esta parábola de las cien ovejas: “Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Este a los pecadores recibe, y con ellos come. Entonces él les refirió esta parábola diciendo: Mirad que no menospreciéis a uno de estos pequeños; porque os digo que sus ángeles en los cielos ven siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos. Porque el Hijo del Hombre ha venido para salvar lo que se había perdido. ¿Qué os parece? ¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si un hombre tiene cien ovejas, si pierde y se descarría una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va por los montes tras la que se perdió, a buscar la que se había descarriado hasta encontrarla? Y si acontece que la encuentra, cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso; y al llegar a casa, reúne a sus amigos y vecinos, diciéndoles: Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido. De cierto os digo que se regocija más por aquella, que por las noventa y nueve que no se descarriaron. Os digo que habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento. Así, no es la voluntad de nuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños”. Tremenda parábola; y ¡cómo se enriquece juntando los dos testimonio!

 

     En el llamado Evangelio de Tomás, que se encontró en 1945 en Nag-Hamadí, en Egipto, que contiene 114 dichos del Señor Jesús coleccionados, en el dicho o logión 107 está resumida esta parábola con las siguientes palabras: “Jesús dijo: El reino se parece a un pastor que tenía cien ovejas; una de ellas se extravió, la más gruesa (otros traducen la más grande), El dejó a las noventa y nueve y buscó aquella sola hasta que la encontró. Después de haberse fatigado dijo a la oveja: te quiero más que a las noventa y nueve”. Así es como lo cuenta el llamado evangelio de Tomás; es un recuerdo de Tomás que fue un poquito retocado por los gnósticos. Pero en Oxirrinco, que es otra ciudad más al norte, se descubrieron unos fragmentos también de estos dichos, no completos, en griego; y lo que se encontró en Nag-Hamadí es en copto, que fueron completos; los que están en copto tienen un sabor medio gnóstico, pero de todas maneras nos recuerdan estas palabras del Señor. No vamos a detenernos en la exégesis de este pasaje de Tomás; apenas lo cito como ilustración para que los hermanos lo sepan, pero vamos a detenernos en la exégesis de los pasajes que la providencia de Dios hizo canónicos en la historia de la Iglesia.

 

     Vamos a ir leyendo de nuevo, abiertos a que el Espíritu Santo nos detenga en estas frases; porque a veces, cuando vamos muy rápido, no le permitimos al Espíritu Santo tocarnos. Nunca debemos leer la palabra del Señor solamente para saber, porque así no le permitimos al Señor tocarnos. Debemos leer la palabra del Señor en oración, en su presencia, con el deseo de que su Espíritu a través de su palabra, que también es Espíritu, nos toque. La intención no es leer rápido para saber algo; ¿de qué sirve saber si no somos tocados? Lo importante es que podamos ser tocados, para que nuestro hombre interior pueda ser nutrido en el propio ser, naturaleza y Espíritu del Señor, que se ministra a nosotros a través de su palabra; entonces por eso estamos en su presencia.

 

     “Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírle”; ese es un buen marco para esta parábola; si esto no fuera así, esta parábola hubiera sido solamente palabras; pero antes de que estas palabras de esta parábola fueran pronunciadas, la vida que reflejaba esta parábola se manifestaba en el Señor; por eso las personas se sentían agradadas de venir al Señor, no se sentían acusadas, ni molestadas, no se sentían rechazadas, sino que tal como eran se sentían cómodas en la presencia del Señor; y acostumbraba a venir. Hendriksen, el llamado príncipe de los comentaristas de la reforma, o de los reformados, él traduce de esa manera: acostumbraban reunirse con Jesús; así traduce él: “Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírle”; o sea, Él les hacía fácil el acercarse; no era una persona complicada como nosotros, como yo; Él hacía que las personas pudieran venir a oírle con gusto; no se sentían acusadas; se sentían más bien atraídas, porque Él estaba lleno de gracia y de verdad. La ley vino por mano de Moisés, pero la gracia, que es de lo que nos habla esta parábola, la gracia y la verdad, vinieron por medio de Cristo. No eran sólo palabras, porque Él todavía no había dicho esta parábola, y ya, como moscas estaban los publicanos y los pecadores alrededor de Él.

 

Y los fariseos y los escribas”, o sea, las personas que se sentían mejores, confiando en su propia justicia, como los escribas en su propio conocimiento, “y los fariseos y los escribas murmuraban”; el Señor transmitía gracia, pero ellos murmuraban; como en el caso del pródigo, también su hermano se enojó y no quería entrar a la fiesta. “Y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Este a los pecadores recibe”; ellos esperaban que no los recibiera; pero Él los recibía, porque no hay otra manera de ayudarlos. “Y con ellos come. Entonces…”, o sea, en ese contexto, “Él les refirió esta parábola diciendo: Mirad que no menospreciéis a uno de estos pequeños”. Uno podía preguntar: ¿quiénes son estos pequeños? Pero más adelante está diciendo que estos pequeños son los pecadores que se arrepienten; no necesariamente, en este contexto, la palabra “pequeños” se refiere a los cristianos, no; Él está defendiendo a aquellos contra los cuales ellos murmuraban: esos pecadores; y son publicanos que se dedican a extorsionar al pueblo, etc. Ustedes saben bien la historia de los publicanos; y Jesús los recibe y come con ellos; y los fariseos y escribas los menospreciaban. Como dice en uno de los profetas, que algunas personas dicen: -apártate de mí porque yo soy más santo que tú- Quizá no son las palabras, pero a veces son las actitudes. Entonces dice allí en el profeta que el Señor los avergonzará a ellos, los confundirá a ellos, y se mostrará para con aquellos que son menospreciados. Jesús está en el mismo espíritu que está en los profetas. “Mirad”, o sea que hay que poner atención, “que no menospreciéis”, no tener en poco, “a uno de éstos”, o sea, a ninguno, “a ninguno de estos pequeños; porque os digo que sus ángeles en los cielos ven siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos”. Este es uno de los versos de la colección de otros con este versículo que han dado pie para el entendimiento acerca del ángel de la guarda; porque aquí habla de sus ángeles. Ellos son pecadores, y son menospreciados, sin embargo para Dios son importantes, porque Dios los hizo a su imagen y semejanza, y pueden llegar a ser sus hijos, y algunos son sus hijos que están caídos; de manera que para Dios son de tal valor que El envía ángeles para protegerlos, para guardarlos, para guiarlos; es decir, el cielo interviene, y esos ángeles tienen un privilegio: ellos pueden ver el rostro del Señor constantemente, ellos tienen acceso a la presencia del Señor; entonces, imagínense lo importante que es este pequeño, a quien nosotros menospreciamos, cuando Dios mismo pone a su servicio ángeles; porque dice en Hebreos que los ángeles están al servicio de los que han de heredar salvación. Para los hermanos más nuevos quiero leerles ese verso para que se lo graben; está en la epístola a los Hebreos, capítulo 1 versículo 14, donde viene hablando de los ángeles y dice: “¿No son todos”, hablando de los ángeles, “espíritus ministradores”, es decir, servidores, “enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación?” No dice solamente que ya lo son, sino que lo serán. Claro que Dios, desde antes de la fundación del mundo, sabe quien va ser salvo en el futuro; y Él empieza a cuidarlo no solamente desde que se salva, no; Él lo cuida desde que es concebido y nace, y aún lo cuida mientras está pecando, para que el diablo no se lo mate.

 

     Hermanos, yo me acuerdo de cuando todavía no era cristiano; venía de un concierto de Rock con artistas nudistas y todo, medio locos, allá en la calle 60, en el teatro La Comedia; terminó el concierto, y venía yo bajando, y como la acera estaba ocupada, yo venía bajando por el borde de la calle; y el diablo me quiso matar; un carro se me vino por detrás a atropellarme, y yo no escuché el carro, pero en el momento en que menos me imaginé fui cambiado por la persona que iba a mi lado en la acera; yo iba por la calle; él bajó y yo subí; pero eso fue en cuestión de segundos; yo me demoro mucho en contarlo; y el carro vino y atropelló al hombre donde yo estaba, de donde yo fui sacado y él fue puesto; y él murió delante de mí; yo vi que era yo quien tenía que estar muerto; el diablo a quien quería matar a mí; y el Señor me cambió en el momento; el hombre murió, y yo me quede como grogui allí asustado, y me puse a pensar que estábamos siendo espiados, que alguien nos miraba desde otro mundo invisible; yo todavía era incrédulo, pero me di cuenta desde ese momento que éramos guardados. Entonces el Señor tiene ángeles para guardar a los pequeños; ¿eso no es muy grande? ¿Cómo vamos a menospreciar a una persona a quien Dios, para cuidarlo, le envía ángeles que tienen el privilegio de ver Su rostro? Cuando hoy en día solamente los secretarios privados pueden ver el rostro del Presidente, o de algunos de sus ministros; pero el público común difícilmente puede darles una palabra a los Presidentes o a los gobernadores o a personas prominentes de esta tierra. Así que llegar a tener el privilegio de ser alguien que tiene acceso, eso no es para cualquiera, eso es para personas recibidas por esa gran autoridad y esa gran eminencia. O sea que estos ángeles tienen acceso a la presencia de Dios, a la gloria de Dios, tienen valor ante Dios, y sin embargo Dios los pone a servir personas que nosotros menospreciamos.

 

     Una vez, cuando Pedro estaba preso, y lo querían matar, y ya habían apresado a Jacobo, y mataron a Jacobo, y ya pensaban matar a Pedro, el Señor envió a los ángeles que lo libertaran de la cárcel; y cuando él llega a tocar a la casa de la madre de Marcos, porque allí se reunían los hermanos adentro, pues ellos no se reunían con las puertas abiertas sino con las puertas cerradas, tocó Pedro la puerta, y salió Rode, aquella chica, y al escuchar a Pedro, ni siquiera le abrió, sino que salió corriendo y dijo: vino Pedro, vino Pedro. Entonces ellos no le creyeron y dijeron: -no es Pedro, sino su ángel-; por esa expresión: “su ángel”, quiere decir que la iglesia primitiva en Jerusalén participaba también de ese concepto que era normal entre los suyos, que cada persona tiene su ángel; porque ellos habían leído en Daniel que cada nación tiene su ángel; Israel tenía nada menos que a Miguel como su ángel; una virgen humilde allá en Nazareth, de la que nadie pensaba que sería alguien, el propio Gabriel fue a visitarla; y ella dijo: ¿Quién soy yo? Soy una simple chica como cualquier otra; sin embargo, Gabriel vino a visitarla; ¿se dan cuenta, hermanos? Fíjense lo que pasó con Moisés; cuando menospreciaban a Moisés, no sabían a quién estaban menospreciando; ellos le dijeron: -¿quién te puso por juez sobre nosotros?- Pero Esteban dice: -A ese puso Dios por legislador-; entonces ahí se da uno cuenta de cómo el Señor hace.

 

     Seguimos leyendo acá: “os digo que sus ángeles en los cielos ven siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos. Porque el Hijo del Hombre ha venido…”, fíjense para qué fue que vino; Él no vino a condenar, no vino a criticar, no vino a terminar de hundir a las personas; Él sabía para qué vino. Juan y Jacobo le decían: -Señor, mira, llegamos a Samaria y no nos recibieron; ¿no quieres que así como Elías mandó a caer fuego del cielo, nosotros también hagamos lo mismo? Tenían fe hasta para hacer lo que hizo Elías. Señor, ¿quieres que lo mandemos? Menos mal que preguntaron, y el Señor les dijo: -No sabéis de que espíritu sois-. Y aquí vuelve a decir lo mismo: El Hijo del Hombre no vino para perder, sino para salvar. “El Hijo del Hombre ha venido para salvar lo que se había perdido”. Esta es la identidad del Señor, este es el Espíritu de gracia propio del Nuevo Testamento.

 

Y entonces les llamo la atención a esta introducción: “¿Qué os parece?” Cuando te preguntan así: ¿Qué os parece? Inmediatamente tú pones atención a qué es lo que te quieren decir; porque a veces se dicen cosas, y uno las pasa por alto; entonces Él, para que no pasen por alto las cosas, les llama la atención para ver qué es lo que va a decir;  les llamó la atención para que pongan atención, para que no les pase como el agua por encima de las plumas del pato. “¿Qué hombre de vosotros…”; ustedes saben que ellos estaban allá en Israel, que era un país pastoril; “Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas”, o sea que era riquito porque tenía cien ovejas, porque aquel Urías sólo tenía una ovejita, que fue la que se le comió David; lo mandó a matar a él; pero éste tenía cien; sin embargo, aún teniendo cien, porque, fíjense, uno puede pensar: si fuera una sola oveja, por ser la única oveja de la cría, porque era la única por eso la quería; pero el Señor quiere mostrar que Él quiere a todos; y no sólo puso una, sino que puso una entre cien; cien ovejas para el contexto de ellos allá en Israel era mucho; una persona que tenía cien ovejas era una persona rica en ese contexto; y aún teniendo cien ovejas, si son ricos, ni se dan cuenta de que tienen una oveja menos o no. Cuántos de los mayordomos se comen los carneros del dueño, y el dueño ni sabe cuantas vacas tiene, ni cuantos carneros, ni caballos; no sabe, ni le importa. Pero aquí a éste le importa cada uno; por eso les llamo la atención al contraste de cien por uno. Cada una de esas cien es valiosa, cada una de ellas puede ser esta oveja que se perdió; o sea, todas las cien son importantes.

 

Si un hombre tiene cien ovejas, si pierde, y se descarría una de ellas…”; el Señor diciendo: -pónganse en mi lugar-, “¿no deja las noventa y nueve en el desierto y va por los montes tras la que se perdió?” Aquí el Señor no está poniendo muchas prioridades, porque ellas no se van a perder, ellas no necesitan de arrepentimiento, ellas son justas, un justo no necesita de arrepentimiento; Yo no vine a llamar justos, dice el Señor, sino a pecadores; o sea que el Señor aquí nos está llamando la atención a la carga que Él tiene por los que están perdidos, o por los hijos que están apartados, ya sea perdida o descarriada; perdida es que nunca se salvó, y descarriada es que siendo salva se fue a vivir al mundo, ya sea que fue débil, o que el diablo le puso una trampa, o cualquier cosa que le haya sucedido, sea la que sea, de todas maneras se descarrió; y dice acá: “¿no deja las noventa y nueve en el desierto?” ¿por qué? porque la urgencia es por ésta; la urgencia es con la que está descarriada; la urgencia es con la que está perdida; no es que el Señor no ame a las noventa y nueve, sólo que las noventa y nueve ya están a salvo, ya están seguras, no están en peligro, están en la vida normal, están disfrutando de los pastos, están disfrutando de las aguas, están lejos de las fieras, están protegidas, están bajo el pastor y los que trabajan para el pastor; porque si son cien ovejas, tiene que ser alguien que contrata quien le ayude; pero la número cien no estaba protegida; puede ser que tuviera hambre, que tuviera sed, que tuviera frío, que los lobos, o los leones, o los jaguares, o los pumas se la vayan a comer, o los ladrones se la vayan a robar, o a esquilmar y a comer también. Entonces hay una urgencia que el Señor quiere despertar aquí también en nuestros corazones; nosotros a veces pensamos sólo en las noventa y nueve, pero el Señor quiere que nos acordemos de la número cien, el Señor está pensando en la cien.

 

     El hermano Rick Joyner decía que si un padre se sienta en una mesa con sus hijos, y falta un hijo, por el puesto de un hijo que está vacío, su alegría no es completa; claro que él tiene alegría con los demás, él no está menospreciando a los otros, los otros también valen para él; si fueran los otros los que se perdieran, sentiría lo mismo por ellos; pero gracias a Dios que esos noventa y nueve están bien; pero ese puesto vacío no permite que su corazón esté tranquilo. De manera que si nuestro Padre no tiene el corazón tranquilo porque le falta uno de sus hijos, ¿cómo nosotros podemos tenerlo tranquilo? No podemos tenerlo tranquilo, debemos estar pensando en aquellos por los que el Señor está preocupado, cargado; orar por los que se han apartado, o por los que no han llegado, ni se han decidido. Entonces por eso dice así: “¿no deja las noventa y nueve en el desierto y va por los montes tras la que se perdió, a buscar la que se había descarriado hasta encontrarla?” O sea que el objetivo no es hacer el papel de que va por ahí, y como no es el dueño, se hace el que estuvo buscando por allá, y luego viene a cobrar por adelantado, y dice: son trescientos dólares; porque el asalariado hace eso, ¿verdad? Pero aquí dice: “hasta encontrarla”; el objetivo era encontrarla, salió a encontrarla, como decía en el llamado Evangelio de Tomás, fatigándose por ella. Y dice: “y si acontece”, y esta es la parte que a mí me deja preocupado, que aquí el Señor puso un condicional; hay casos en que no se cumple la condición, y la oveja no se deja encontrar, o se la comieron los lobos, o quién sabe qué; pero dice: “Y si acontece que la encuentra”, o sea que podría acontecer que no la encuentrase; ¡que triste es eso! Pero si el Señor dijo “si”, le pone una situación condicional, “si acontece que la encuentra”, es decir, no se ahogó, no se la robaron, no murió, no se la comieron, la encontró, como dice el canto: gimiendo y llorando de frío, pero la encontró, la cargó en sus hombros y al redil volvió, ¿amén?

 

Sigue diciendo: “Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso;” todos recuerdan aquella persona que veía en la arena siempre dos pares de huellas, y una vez no vio si una, y dijo: -Señor, pero aquí me dejaste solo, justo cuando estaba en el mayor problema me dejaste solo; Él dice: -no, no, ahí fue que te puse en mis hombros, por eso donde están mis huellas, no son tus huellas, sino mis huellas. Cuando pensaba que lo había dejado solo era cuando estaba más seguro, sobre los hombros; ahí era que estaba seguro, cuando parecía que estaba solo, ahí estaba en los hombros y no estaba en la tierra. Qué misericordioso el Señor, la había podido traer caminando, ah! se me escapó, ahora vas a ver, te voy a llevar a rejo; nada de eso, qué comprensivo, se puso en el lugar de ella, ¿cómo va a caminar si no ha comido, si está asustada? hay que tranquilizarla; y se la puso en los hombros, así como las dos piedras de ónice con las tribus de Israel sobre los hombros del sumo sacerdote, se la puso sobre los hombros, y no dice: “triste”, sino “gozoso”; el Señor llevando el peso gozoso de su oveja; ella ya no estaba sufriendo, pero Él gozoso se la pudo poner a los hombros porque la encontró.

 

     Y dice: “Y al llegar a casa, reúne a sus amigos y vecinos”; yo pienso que aquí, como Él después lo explicó, de cierto os digo que hay más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente que por muchos justos que no necesitan arrepentirse, ya están en paz de Dios; entonces yo pienso que estos vecinos y amigos se refieren a los ángeles; hay más vecinos que los ángeles, que son los arcángeles; y unos más vecinos que son los querubines; y unos más vecinos que son los serafines. No piensan ustedes que los serafines no se van a alegrar también por las ovejas; ellos también conocen al Señor, ellos saben quien es Él. Santo, Santo, Santo, llenos están los cielos y la tierra de Tu gloria, como cantamos. Entonces sus vecinos y amigos son convidados por el Señor para alegrarse por haber encontrado esa ovejita, ¡qué cosa preciosa! “Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido”, ¡qué precioso! Por eso hay gozo celestial. Yo digo a los hermanos que nosotros tenemos una barra de fans a nuestro favor en el otro lado, en el mundo invisible; cuando logramos superar nuestros problemas, cuando logramos volver al seno de nuestro Señor, arrepentidos y perdonados, hay un gozo tremendo; y hay una palpitación terrible cuando estamos alejados. Es como cuando están viendo un partido de fútbol, los seguidores de un equipo; cuando le meten gol a su equipo, que cosa terrible, muchos se mueren del corazón viendo fútbol porque su equipo pierde; pero nosotros tenemos nuestros torcedores, y el diablo tiene los de él, los demonios; cuando logran hacernos caer, ellos se alegran y nuestro Señor llora y los ángeles; pero cuando somos encontrados y volvemos a estar sobre sus hombros, ya estamos en el redil, entonces ahí se alegran el Señor y nuestros torcedores angélicos del mundo invisible. Entonces dice: “De cierto”, eso es verdad, cuando El dice: amén; esa es la palabra que se traduce: en verdad o de cierto, amén, así es.

 

     “De cierto os digo que se regocija más por aquella, que por las noventa y nueve que no se descarriaron”. No quiere decir que entonces vamos a descarriarnos para que Él se goce, no, claro que no; Él se goza de encontrarnos, Él nos salvó. Una hermana, que antes de ser cristiana era una bruja y hacía “trabajos”, como dicen ellos, terribles, era terrible, terrible. Alguien una vez le predicó y le dijo: El Señor Jesús no te va a dejar; y dice ella que por todas partes donde ella iba, iba el Señor Jesús; sólo ella lo veía, pero iba con ella; se subía al bus, y el Señor Jesús con ella; se bajaba del bus, y el Señor Jesús detrás de ella; llegaba a la casa, y el Señor entraba; no le hablaba nada, pero detrás de ella; ella asombrada; ella era una bruja, y las brujas pueden ver el mundo invisible, ver demonios, pero ella veía al Señor Jesús detrás de ella. Ella hoy es la esposa de uno de los ancianos de la iglesia en Curitiba, una hermana queridísima hoy en día, y era tremenda, y el Señor detrás de ella. Este hermano le habló del evangelio y le dijo: El Señor no te va a dejar; el Señor le cumplió, y ella lo podía ver detrás de ella todo el tiempo; Él no le hablaba nada, pero ella percibía el cuidado del Señor acompañándola a donde fuera. Entonces ella empezó a hablarle: -ahora vas a ir a mi casa; mi casa es un desastre; me peleé con mi esposo, hace tiempo no habló con él-. Y el Señor la oía, y ella le contaba todas las cosas; y un día dice que el Señor le dio una visión, que ella estaba en un pozo, y que la única manera de salir del pozo era que se agarrara de Él; y ella extendió los brazos desde el pozo,  ella no dijo: Señor, sólo lo recibió; nada técnico sino espiritual; y dice que el Señor la tomó en sus brazos, la tomó con gran alegría, como quien dice: te salvé. Hoy es una hermana queridísima; su esposo después recibió al Señor y son ancianos en la iglesia en Curitiba. Cosas preciosísimas, porque es verdad que el Señor salva, y dice: “os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento.

 

Miremos aquí una frase muy importante; me perdonarán los híper-calvinistas; pero da de frente contra el hiper-calvinismo; algunos hablan de una predestinación en la que Dios no quiere sino la salvación de algunos; pero aquí el Señor dice: “Así”, esa es palabra máxima del Señor Jesús; Dios dijo: “A Él oíd”, al Hijo es al que hay que oír; “Así no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños”. Porque algunas personas se han ido al extremo del híper-calvinismo de la predestinación; ellos piensan: nosotros, la raza blanca, los ingleses, los holandeses, nosotros somos predestinados; pero esos negros del África, esos son predestinados a la perdición; y algunos actúan como si hubiera personas de las cuales Dios no quiere que se salven; pero ¿qué dice el Señor Jesús? No es la voluntad de vuestro Padre que se pierda uno de estos pequeños. Como dice también en otros lugares con toda claridad: Dios no quiere la muerte del impío, sino que se arrepienta y viva. Entonces nunca podemos pretender decir que si alguien no se salvó es porque Dios no quería; no, Dios no quiere que alguno perezca, Dios quiere que todos sean salvos y vengan al pleno conocimiento de la verdad; así le escribe Pablo a Timoteo, así escribe también Pedro en la segunda carta, Dios no quiere que alguno perezca; lo dice Pablo: Dios quiere que todos sean salvos, que todo hombre sea salvo, las mujeres también, los niños también, todo hombre se refiere a todo ser humano, que todos sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. Nosotros tenemos que tener esa claridad. Dios quiere que todos sean salvos; nunca debemos decir, ah! a ese no le predico porque a lo mejor no está predestinado para la gloria sino para el infierno, a él no le voy a predicar, por algo no tengo ganas de predicarle. No, hermano, eso no es así; cada persona que vemos Dios quiere salvarla; nunca debemos mirar a nadie como si Dios no quisiera; no es la voluntad del Padre que se pierda ninguno de los pequeños; dice que Él no quiere que alguno perezca, Él quiere que todos sean salvos; y nosotros tenemos que tener esa certeza, no mirar a nadie como si nosotros supiéramos los que están en el libro de la vida y encontramos que faltaban fulanos y fulanos; no, el Señor dijo: vayan y prediquen a toda creatura; a toda creatura hay que predicarle el evangelio; hay que ir a cualquier hueco porque Dios valora cualquier persona.

 

       Hermanos, a veces uno no conoce lo preciosas que son las personas, y las menosprecia, hasta que el Señor te muestra la belleza espiritual en las personas. Yo recuerdo una vez como el Señor me avergonzó; estábamos en una reunión con la iglesia en Guarujá; era la primera vez que iba a Guarujá, en el Estado de San Pablo, en la costa, en el año de 1980, la primera vez que fui a Guarujá; había varios hermanos, y había un hermanito ahí de esos que juegan pelota, un muchacho de esos peloteros, sentado en un banquito, y estábamos todos hablando del Señor; y el Señor me mostró Su presencia en ese muchacho; el Señor me lo quiso mostrar para que yo no lo menospreciara; me quiso mostrar que el que en lo exterior me parecía el menos valioso, del que menos uno pensaría algo, el Señor me mostró lo precioso que era para Él, como para corregir mi corazón, para que yo no estuviera pensando mal. Y en otra ocasión y lugar también me corrigió el Señor. Nosotros pensamos saber dirigir la alabanza, tenemos los cantos bonitos, vamos a cantar en espíritu y en verdad, vamos a conducir a la iglesia en adoración; y por allá había un hermano que interrumpía la alabanza y decía: cantemos: ven pecador a Jesús; y con cánticos que no tenían nada que ver con el momento, todo en la carne; y cuando yo lo iba a corregir, el Señor instantáneamente me corrigió a mí primero; yo me demoro más contándolo; cuando el Señor te hace entender, lo entiendes ya; entendió, ya entendió. Me hizo entender esto: -Yo no lo estoy mirando a él como tú lo miras; tú no sabes que Yo los miro a todos a través de la sangre de mi Hijo, y Yo no recibo nada de ustedes, sino a través de Su sangre; él se está expresando de esa manera como él es; es lo mejor que él puede hacer; pero no es en los méritos de él que le he recibido, sino por los méritos de la sangre de mi Hijo que lo he recibido-; y no porque nosotros sí sabemos cantar bien bonito, bien ungido, que lo hemos recibido, no, igual que él somos recibidos por la sangre de Cristo.

 

     Me hizo recordar mis hijos: la mayor, Silvana, la más grande, lógicamente que ella pinta muy bonito; y la más chiquita viene con un garabato y me lo muestra; pero yo me alegro con ese garabato, es lo mejor que pudo hacer, era pequeñita e hizo un garabato, yo recibo ese garabato con alegría, tengo una colección de garabatos. Entonces el Señor recibe a través de la sangre de Cristo; nunca nosotros venimos porque somos mejor que los otros y sabemos más que los otros; ah, nosotros sí sabemos y los otros no saben; nunca venimos por nuestros méritos; somos recibidos por la sangre de Cristo igual que todos, porque Dios recibe a todos por medio de esa sangre, y no podemos menospreciar a ninguno. Ay! ay! somos corregidos. Una vez el Señor me tuvo que dar una palmada en la mano por causa de pretender, yo soy aquí el maestro, los otros son las ovejitas que están aprendiendo; ay! ay! ay! Soy apenas un sirviente del verdadero pastor, ¿entienden, hermanos? “No es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños” Permítanme unos minutos más, hermanos. Hemos terminado la lectura de la parábola, pero quiero que nos detengamos ahora en el contexto de la parábola ahora sí.

 

     Vamos a Mateo 18 y veamos que esa parábola está en el corazón de una serie de enseñanzas; la parábola está en el capítulo 18, entre el verso 10 y el 14, pero el capítulo tiene 35 versículos; antes del verso 10 hay 9 versos; y del 15 al 35 hay 26 versos; y miren de qué habla antes, de lo que estábamos diciendo: Quién es el mayor, la pregunta es: ¿quién es el más importante? Esa es la preocupación de nosotros; sentimos: aquí el más importante soy yo, a quien se debe la pleitesía y el honor es a mí; así es que actuamos nosotros; y luego el Señor les habla de las ocasiones de caer, y luego les habla de los dos deudores, de la necesidad de perdonar y cómo se debe perdonar al hermano; entonces este es el contexto de esta parábola. Esta parábola está en el corazón de estos temas, porque no es una parábola aislada, aino que es una parábola que está en el corazón de estos temas, porque esta parábola ilustra estos temas.

 

     Entonces leamos desde el verso 1 de Mateo 18: “En aquel tiempo”; ahí está, esa sola frase está ubicando el contexto de la misma parábola en la tierra, en aquel tiempo; acababa de anunciar su muerte; luego había hecho un milagro para pagar el impuesto; y ellos, como si no les hubiera hablado de la muerte, como que no entendieron, les acababa de anunciar, mírenlo ahí en el capítulo 17, versos 22 y 23, les anuncia que va a morir, y ellos están como cuando uno no tiene interés en algo, como que no se da cuenta sino de lo que a uno le gusta. Cuando uno no tiene interés en algo, no se da cuenta de lo que se dijo; y Jesús les habló de su muerte y ellos estaban pensando quien era el mayor, imagínense; están tan cegados por sus intereses que el Señor hablando de que iba a morir y ellos ni se daban cuenta; ellos pensaban que eso era quizás otra parábola; llegar a Jerusalén y allí agarraba a Herodes por el cogote, y después los iba a poner a ellos de Ministros, ¿verdad? Eso era lo que estaban pensando.

 

     “En aquel tiempo los discípulos vinieron a Jesús, diciendo: ¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?” Ellos pensando en el mayor, y el Señor empieza a hablar de los pequeños, porque al Señor le importa lo que es pequeño, mas nosotros miramos por lo grande. “Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos, y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños…”, y aquí hay dos verbos: el primero tiene que ver con conversión y el segundo con compromiso para crecimiento. “Si no os volvéis”, eso es convertirse, “y os hacéis”, compromiso; una cosa es que el Señor nos haga, y eso tiene que ver con la conversión; cuando Jeremías le dice al Señor: conviérteme y seré convertido; nadie se puede convertir solo; para poder volverse, uno tiene que ser ayudado por el Señor; entonces aquí es el Señor en nosotros, Cristo en mi el que me dio por gracia la capacidad para poder elegir;  aquí uno tiene que tomar una decisión: hacerse niño; hay que volverse de lo que uno es; estaba buscando grandeza, estaba buscando ser el primero, pero ahora se trata de hacerse, tomar la decisión: Señor, yo quiero hacerme pequeño, yo quiero tener en cuenta a los pequeños, quiero estar con los pequeños, porque en verdad yo soy un pequeño; hacerse como niños. “Si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis…”; y aquí esta palabra que aparece: “no”, aquí aparece simple; pero cuando tú vas al griego, usas dos negatividades para decir: de ninguna manera entraréis en el reino; no solamente ese no que son dos letricas que casi no las vimos; en el griego es más enfático; no dice “no”, sino “de ninguna manera entraréis en el reino de los cielos”; o sea que para participar en el Milenio hay que convertirse y hacerse niño; es decir, despojarnos de toda grandeza, de toda pretensión, de toda exigencia y hacernos niños. Hermanos, ¡qué cosa es el reino de los cielos! Si no os volvéis y os hacéis como niños no entraréis, de ninguna manera entraréis en el reino de los cielos.

 

     Verso 4: “Así que, cualquiera…”, y esto es para cualquiera, no es para algunos en especial, no, esto es para toda la iglesia, más adelante, en el 18, va a incluir a toda la iglesia; aquí ya empezó a incluirla: “cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos”, o sea que la grandeza en el reino de los cielos es la humildad, la simplicidad, es hacerse niño, es confiar, es no pretender cosas; esa es la grandeza. “Y cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como éste, a mi me recibe”; o sea, el Señor envía como embajadores de Él mismo a los más pequeños. Cualquiera que recibe a un niño como éste, en mi nombre, es decir, póngale cuidado a los pequeñitos, Dios puede estarte hablando por un pequeñito; a veces uno no se da cuenta de que está rechazando al mismo Señor; por eso tenemos que ejercer una vigilancia constante sobre nuestro propio corazón, sobre nuestras maneras, sobre nuestras pretensiones, porque el que recibe a un pequeñito en el nombre del Señor está recibiendo al mismo Señor; el Señor se deja representar por los más pequeñitos. Uno dice: no, si no va fulano, no voy, porque el único que me entiende es él; no es así; el Señor, hasta al más pequeñito le da Su nombre; lo que digas en mi nombre será hecho; lo que atéis será atado y lo que desatéis será desatado, ¡qué cosa! El Señor haciéndose representar por los más pequeñitos, honrando a los pequeños, como el mismo Juan Bautista tenía que anunciar. El hacha ya está puesta, así que los montes se tienen que bajar, los valles tienen que subir; era la aplanadora del Señor, anunciando la aplanadora que es el mismo Señor.

 

Y en ese contexto, “Y”, fíjense en el verso 6, porque como las Sociedades Bíblicas le pusieron ese titulito, uno a veces piensa que la perícopa ya se acabó, pero no; aquí “Y” es la continuidad: “Y cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mi, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno”; la piedra de molino de asno se refería a piedras que eran tan pesadas que los hombres no las podían mover, la tenían que mover los asnos. Es mejor, y la palabra más exacta, es preferible, que le pongan en el cuello, en el pescuezo, alrededor, en el perímetro de la traquea, una piedra de molino de la que mueven los asnos, que no hacer tropezar a un pequeñito; porque irse al fondo del mar es una cosa, pero irse a la gehena es otra peor, ¿verdad? Entonces dice: “Mejor” o sea, “preferible le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar. ¡Ay” este ¡ay, “¡Ay del mundo por los tropiezos!”; la palabra tropiezo aquí es escándalo; el mundo a veces no solamente inconscientemente, sino a propósito, escandaliza; no sólo el diablo; ya sabemos que el diablo está condenado, y él lo que quiere es condenar a los más que puede con él; pero seres humanos a veces hacen cosas a propósito para destruir al otro; es terrible. ¡Ay del mundo por los tropiezos! Y luego dice: “porque es necesario que vengan tropiezos”, escándalos; el Señor sí permitió el período del mundo, y permitió que su propio Hijo fuera probado, y su Hijo venció a Satanás; ahora Él va a permitir que nosotros seamos probados, para que la victoria de Cristo en nosotros se demuestre como verdadera; entonces Él va a permitir los tropiezos, las tribulaciones y las pruebas. Por eso, de esa manera San Pablo consolaba a las iglesias: Es necesario, no sólo opcional, es necesario que a través de muchas, no solamente ésta, sino muchas otras, muchas tribulaciones entremos en el reino. Es necesario que haya tribulación y es necesario que enfrentemos distintas pruebas y que vencemos diferentes tropiezos y escándalos; es necesario que vengan estas cosas. Por eso dice aquí: “Es necesario que vengan tropiezos, pero ¡ay de aquel hombre…”. Y yo pienso que aquí hay que poner también a las hermanas, las mujeres, los niños, los viejos, al ser humano; es decir, debemos hacer lo absoluto para no poner tropiezo; a veces podemos ser tropiezo sin quererlo, pero ay de aquel que a propósito hace algo para causar tropiezo, para causar escándalo; Dios nos guarde, hermanos, nos guarde, porque mejor sería que nos pongan esa piedra de molino y nos manden al fondo del mar; en estos tiempos es así, están ofreciendo drogas a los niños en los colegios, les dan un caramelo con droga para enviciarlo; si no, tú vas a abrir el computador en algo y te sale una mujer desnuda, a propósito; ¿no es así? a propósito lo hacen, gente que hace a propósito las cosas; se le obliga a los amigos a tomar, tienes que tomarte este aguardiente, y se lo embuten por la nariz, ¡terrible! Son maldades que se hacen a propósito. Entonces dice aquí: “¡Ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo! Por tanto, si tu mano o tu pie te es ocasión de caer…”, o sea que ni siquiera tienes que ponerte tropiezo a ti mismo, ni mucho menos a otros, porque no eres tuyo, le perteneces a Dios. “Si tu mano o tu pie te es ocasión de caer, córtalo y échalo de ti; mejor te es entrar en la vida cojo o manco, que teniendo dos manos o dos pies ser echado en el fuego eterno”, o sea, en la gehena; aquí puede ser, si es creyente, el daño de la muerte segunda temporalmente; y si es un impío entonces es eónico, se le echa en el fuego eónico. “Y si tu ojo te es ocasión de caer, sácalo y échalo de ti; mejor te es entrar con un solo ojo en la vida, que teniendo dos ojos ser echado en el infierno de fuego”. Aquí la palabra es gehena.

 

Entonces, hermanos, aquí está hablando de lo drásticos que tenemos que ser con nosotros mismos; este corte es del que habla Colosenses capítulo 2; es la circuncisión del corazón, y esto no es solamente la parte física, porque si a ti te quitan la mano física, pero el corazón sigue siendo ladrón, y el ojo sigue siendo adúltero o perverso, ¿de qué sirve que le quiten la mano física si su corazón no ha sido circuncidado? Este corte no es solamente un asunto exterior sino principalmente en la cruz; la cruz es lo único que nos separa de nuestro propio tropiezo; sólo abrazar la cruz de todo corazón va a aplicar ese corte en nuestros ojos, en nuestras manos, en nuestros pies, para que no nos vayamos donde no nos tengamos que ir, ni agarremos lo que no tenemos que agarrar, ni miremos lo que no tenemos que mirar; tenemos que cortarlo, cortarnos a nosotros mismos, abrazar la cruz que nos corte lo más profundo para no ponernos tropiezo a nosotros mismos ni a otros. Yo creo, hermanos, que abrazando la cruz podemos hacer mucho bien; pero si no, podemos hacer mucho mal, y podemos escandalizar a muchos, y evitar que muchos reciban al Señor, o crezcan en el Señor. Esto es para detenernos para pensar. Gracias al Señor que nos da esta oportunidad de encarar sus palabras para que ellas nos ayuden; ¡amén, hermanos! Entonces en ese contexto es que habla de la parábola.

 

Pero luego fíjense que en el verso 15; después de la parábola de las cien ovejas, dice: “Por tanto”, es decir, no podemos menospreciar a un pequeñito; por lo tanto, no podemos escandalizarlo, ni siquiera a nosotros mismos; y por tanto es que en la vida de la iglesia tenemos que buscar que cada hermano sea restaurado. Ese “por tanto” es que no está aislando esas instancias que el Señor establece aquí, no; es para nosotros, es para cumplir la parábola de lo importante que es cada pequeño. Entonces dice: “por tanto”, o sea que esta parábola tiene consecuencias y esa consecuencia es en la vida práctica, en las relaciones de los miembros de la iglesia. Esa parábola no es solamente: yo era la oveja perdida y me salvó, qué lindo. No sólo eso, sino que tu hermano puede ser la oveja y tú tienes que cuidar a tu hermano. Si tu hermano pecó contra ti, no te preocupes porque pecó contra ti, preocúpate del problema que se le viene a tu hermano si no arregla su problema; no es para tú estar en paz; es para que al otro no le venga la cosa. Entonces dice allí: “Si tu hermano peca”, y algunos manuscritos añaden “contra ti”, otros no, no sabemos, pero ya sea que lo diga explícitamente o tácitamente, el contexto lo implica; entonces vamos a decir: contra ti; “ve”, tú, no es que eso no tiene que ver conmigo, él pecó, eso es problema de él; no, no es sólo problema de él, es problema tuyo, tú tienes que ir a hablar con él, y en privado; no vayas a tratar esto en público, no vas a avergonzarlo en público, ni vas a ir a otro, sino a él mismo, “ve y repréndele, estando tú y él solos”; solos los dos; los problemas no son para el público, nuestros problemas son sólo nuestros; si pecamos contra el Señor, es con Él; si pecaste contra alguien, es con esa persona; si la persona pecó contra ti, tienes que ir a esa persona y a solas; eso no se tiene que tratar fuera de esa instancia; es a solas; y ¿qué hay que hacer? “has ganado a tu hermano”; o sea que lo importante era ganarlo, o sea que no le venga algo peor a esa persona; hay que ganar a esa persona; lo importante no es desahogarme yo; lo importante es que el otro sea ganado porque se metió en un problema grave al pecar contra un pequeñito; porque lo que hacemos a un hijo o a una hija de Dios, a Cristo se lo hacemos. Entonces por eso dice allí: “Mas si no te oyere”, es decir, si la persona insiste en ser solamente externa, no ha sido tocada en su espíritu, no ha percibido la magnitud del pecado que ha hecho, ni del peligro en que está, entonces dice: “toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres”; uno o dos; tú eres el que decides si llevas a uno, o si llevas a dos, para que sean dos o tres contigo; no dice que tiene que ser uno, ni que tienen que ser dos; a veces puede ser uno para que contigo sean dos; o pueden ser dos para que contigo sean tres; eres tú el que debes decidir; sólo después de tratar las cosas en privado, sólo después, cuando no ha habido realmente una conciencia clara, un arrepentimiento y un pedir perdón, entonces “testigos”, personas que conocen la realidad del asunto, “que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra”, es decir, todo rhema, todo asunto; dos o tres testigos.

 

     Verso 17: “Si”, tercera instancia es la última instancia, hermanos, el Señor estableció sólo tres instancias: la privada; segundo, la instancia de los amigos íntimos, cercanos, que conocen la cosa; y tercero, la iglesia de su localidad; ahí se acaba todo; de ahí no tiene que salir; última instancia: “Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia”, es decir, a la iglesia en su localidad, no a la iglesia universal, ni de todos los siglos, ni de todos los países, sino a la iglesia en donde tú vives, “dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia…”, miren que delicado es no oír a la iglesia: “tenle por gentil y publicano”. ¿Qué relación tiene la iglesia con “gentil y publicano”? No, no lo condena, no lo manda al infierno, no lo decapita; simplemente guarda distancia, porque sabe que es una persona que está actuando impíamente; pero si una persona no oye a la iglesia, la iglesia guarda distancia de esa persona de la misma manera que lo hace con un gentil, como si fuera uno del mundo; no se le pueden confiar las cosas de la iglesia; la iglesia se guarda; por eso la iglesia no come con aquellos que llamándose hermanos son borrachos, ladrones, y esas cosas.

 

     Verso 18: “De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra”, aquí esta traducción dice: “será atado en el cielo”; la traducción más exacta es “ha sido atado en el cielo”; o sea que los cielos son los que ponen el sentir en esos dos o tres, o en la iglesia, para pronunciar una sentencia por una situación difícil. La cosa es así, y en ese caso no podemos tratar más con esa persona, tenemos que dejar a la persona que siga su propio camino; eso es delicado; “lo que atéis habrá sido atado en el cielo y todo lo que desatéis en la tierra, o desliguéis, habrá sido desligado en el cielo”; o sea que hay una relación entre el cielo y la tierra. Cuando un grupo de hermanos, de los ancianos, o de dos o tres testigos, están examinando una situación con imparcialidad, con temor de Dios, no representando el sentido del lado A ni del lado B, sino el sentir del Espíritu, y cuando el Espíritu pone ese sentir, nos damos cuenta de que fue el Espíritu el que puso en la iglesia el sentir; entonces la iglesia se pronuncia; no sólo se pronunciaron los hombres; el cielo se pronunció a través de la iglesia. “Si dos de vosotros se pusieren de acuerdo”; esa palabra “de acuerdo” es la palabra “sinfonía” en el griego; o sea, sinfonía es cuando hay el acuerdo de varios instrumentos que a una voz están dando una melodía acorde, ordenada, bonita; entonces ponerse de acuerdo es como una sinfonía, cuando hay el mismo sentir entre los santos sobre un asunto, no es sólo los santos los que están hablando, es el testimonio del propio Espíritu Santo de Dios hablando a través de los hermanos; por eso nunca debemos procurar hablar sino lo que el Espíritu Santo diga, nunca tenemos que actuar en función de nuestras propias afinidades naturales; nosotros podemos tener afinidades naturales, podemos tener inclinaciones naturales. Estas personas me gustan más, son mis amigas; estas personas me son antipáticas, éstas me son simpáticas; nunca la naturalidad es buena consejera; tenemos que renunciar a nosotros mismos; puede ser nuestra madre, nuestra esposa, nuestro esposo, nuestros hijos, los parientes, los que sean; pero si está fuera del Señor, hay que decir, está errado. Hubo un rey que fue aprobado por Dios porque incluso a su propia madre la sacó del palacio por idólatra; el rey Asa; ustedes lo pueden ver en el libro de Reyes. El Señor Jesús nunca se guiaba en los asuntos en un plano de la naturaleza. Cuando le dijeron: -Bienaventurados los pechos que mamaste y el vientre que te trajo-, ay!  Él Señor dijo: antes que eso, bienaventurados los que oyen la palabra y la guardan; eso es más importante que mi propia madre. Otra vez le dijeron: -Señor, tu madre y tus hermanos te necesitan allí en la puerta-. El respondió: ¿Quién es mi madre y mis hermanos? Estos, los que hacen la voluntad de Dios, esos son mi madre y mis hermanos; nunca tenemos que resolver los asunto en base a cosas naturales, porque somos parientes, porque somos amigos, nada de eso; nunca tenemos que andar en el plano natural. Las emociones en el plano natural son usadas por Satanás.

 

     Una vez vino Pedro en el plano natural a defender a Jesús. Señor, pobrecito mi Señor, ¿qué te va a pasar allá en Jerusalén? Tú no vas a ir a Jerusalén a la cruz. Y el Señor no dijo: ay Pedro, como me quieres, como me amas, nada de eso. Le dijo: apártate de mi Satanás porque me eres tropiezo; le era tropiezo por medio de emociones humanas, por medio de un compañerismo en la carne; Satanás usa los compañerismos en la carne para ponernos tropiezo, para enredarnos más, por eso nunca debemos actuar en la carne, porque entonces no vamos a representar al Espíritu; tenemos que negarnos a nosotros mismos para que el Espíritu nos pueda dar el discernimiento real de la cosa y poder pronunciarnos en el nombre del Señor, ¿amén, hermanos? Nunca debemos entrar en la batahola, en el remolino de las emociones; debemos frenar, y abrazar la cruz, despojarnos de todo afecto o desafecto, simpatía o antipatía natural; negarnos a nosotros mismos y decir: -Señor, tú ves las cosas-; y ser absolutamente honestos consigo mismos y honestos con las personas, y pronunciarse en el nombre del Señor. Cuando el Señor puede expresarse a través de dos o tres, lo que ellos atan ha sido atado en el cielo; lo que ellos desatan ha sido desatado en el cielo; cuánto más cuando no sólo dos o tres, sino la iglesia en general expresa su sentir verdadero. Por eso, hermanos, tenemos que preocuparnos cuando la iglesia siente algo, cuando ofendemos a la iglesia, cuando entristecemos a la iglesia; es cosa de preocupación; no debemos justificarnos a nosotros mismos, debemos preocuparnos si la iglesia fue entristecida, porque la iglesia es la última instancia en la tierra; ya no hay otra apelación, sólo el tribunal de Cristo; eso es cuando Él venga. La última instancia de apelación en la tierra es la iglesia en el Espíritu; la iglesia no andando en sus afinidades o desafinidades naturales, sino que cuando en el Espíritu se pronuncia fue el atar o el desatar del Señor, ligar o desligar. Por eso el Señor, cuando sopló el Espíritu cuando resucitó, les dijo al final: Recibid el Espíritu; lo que remitiereis será remitido; lo que retuviereis será retenido. Como la iglesia se da cuenta de que no ha habido un sincero arrepentimiento, la iglesia retiene. Dice: esta persona está jugando, esta persona está solamente queriendo salirse con la suya; cuando la iglesia retiene, el cielo retiene. Cuando la iglesia ve que hubo un sincero arrepentimiento, ¿cómo no se ha de perdonar? La iglesia perdona, la iglesia remite y el cielo remite, lo que remitiereis será remitido, lo que retuviereis será retenido; y esto en el contexto de las cien ovejas, ¿se dan cuenta? En el contexto de no causar daño a ninguno de los pequeñitos, de los santos de la iglesia; si ni siquiera a los de fuera hay que hacerles tropezar, cuánto menos a los hermanos, ¿amén?

 

     Entonces, por eso dice aquí en el verso 19: “Otra vez os digo,” o sea, repito, ya lo dije una vez, ya lo había dicho allá en el 16, ahora lo dice en el 18 “Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra”, es decir, sinfonía, si hubiera una coherencia en el sentir del Espíritu, el Espíritu da testimonio a través de varios hermanos que están en el Espíritu, “acerca de cualquiera cosa que pidieren”, y aquí lo que hay que pedir es por los hermanos que pecan; hay que pedir por quien está en problema, no pedir que se vaya al infierno, sino pedir que se salve, que se restaure; si ya está salvo, entonces que se restaure; si está perdido, que se salve, ¿verdad? Y dice: “les será hecho por mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre…”; congregados en mi nombre quiere decir que el Señor está donde esas personas se reúnen para buscar al Señor, interceder al Señor, pedir al Señor; “donde están dos o tres congregados en mi nombre allí estoy yo”. No son sólo los tres hermanitos, sino que el propio Señor está ahí. Puede ser que veamos a tres hermanitos orando, pero el Señor está ahí, ¿amén?

     Verso 21: “Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor”; ay! eso ya le pareció un poco duro a Pedro; bueno, debo perdonar a mi hermano, pero ¿hasta cuándo? Ya no lo puedo perdonar tanto, es demasiado; “Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?” Nosotros no queremos ni una segunda vez; a la tercera ya se acabó, pero no; “Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete”; o sea hasta cuarenta y nueve, y después cuarenta y nueve por cuarenta y nueve, y después quinientos ochenta por quinientos ochenta, o sea infinito. Porque de 7 pasó a 7 x 7, y después se va por encima, ese es un principio, “no te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete”, no 7 x 7, sino 70 x 7, cuatrocientos noventa; hay que estar dispuestos a perdonar por siempre, ¿por qué? porque nosotros, cada vez que nos acercamos al Señor, queremos que Él nos perdone. El Señor dijo: Si perdonáis a los hombres sus ofensas, también vuestro Padre perdonará las vuestras, pero si no perdonáis, ahí tiene que enseñarte lo que significa no perdonar.

 

Ya me pasé de la hora. Vamos a orar. Padre eterno, Tus palabras, que las hemos leído muchas veces, las hemos oído muchas veces, ojalá Señor no pasen por encima de nosotros, ojalá nos volvamos a Ti, nos humillemos, nos hagamos simples, no menospreciemos a nadie, no pretendamos nada; te lo ponemos todo a Ti para que te puedas expresar a través de nosotros, para que puedas cargar en tus hombros a los extraviados, y volverlos a tu redil y ganarlos para ti, para que no haya un lugar vacío en la gloria donde debiera haber estado alguien que todavía estará sufriendo fuera. Oh Padre, en el nombre de Jesús, no nos dejes que esta palabra pase, ayuda que nuestro ser sea abierto a Tu palabra, que esta palabra gobierne nuestro corazón, gobierne nuestro ser. Ayúdanos, Tú sabes cuán difícil es para nosotros en nuestra situación el vencer sin Tu ayuda. Tú sabes cuán difícil a veces es perdonar, cuán difícil a veces es cortar con nuestros propios ojos, manos o pies; Tú sabes que necesitamos de Tu socorro, no nos abandones en nuestra debilidad terrible, concédenos la gracia de vencernos, ya que Tú dices que los que aman a Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Oh Señor, ayúdanos, ayúdanos por amor de Ti mismo y de nosotros, guárdanos para Ti, ayúdanos a tomar resoluciones constantes y permanentes con Tu socorro. Oramos a Ti por cada uno de nosotros mismos, y oramos unos por otros para que esta palabra sea sanadora aunque sea dura, Señor, y no que vaya a aparecer en nuestra contra en aquel día; preferimos ser heridos ahora como dice Tu palabra: fieles son las heridas del que ama, pero son terribles los besos del que aborrece; preferimos las heridas que Tú nos causas, porque Tú eres el que hieres y eres el que sana; preferimos ser heridos por Ti para ser sanados, para ser purificados y libertados; ayúdanos a preferir las heridas que vienen del cielo, y no a seguir los aplausos del mundo que quieren crear un sopor; ayúdanos, Señor, a volvernos a Ti. Tú sabes la prueba de cada uno y de cada una; Tú sabes por lo que cada uno y cada una tiene que pasar; ayuda a cada uno en su prueba; Señor, y perdónanos a todos, rogamos todos por todos y nos amamos en Tí. Queremos que Tú nos ganes a todos, en el nombre de Jesucristo. Te pedimos que de aquí en adelante tu Espíritu Santo sea usando ésta Tu palabra; que nunca la olvidemos. Amén. 

Gino Iafrancesco V., 6 de mayo de 2005, Bogotá D.C., Colombia.

Transcripción de la hermana Marlene Alzamora, revisada del autor.

1 comentario

julia -

muy bonito